Uno siempre espera
que suceda algo,
que algo bueno suceda,
algo que le dé un giro brusco,
un empujón, un bandazo
de suerte a su vida,
de repente, porque sí,
en el momento más inesperado.
Pero no pasa nada, claro,
nunca pasa nada.
Porque uno no es más que un pobre
diablo (qué te creías, pues),
un número, una fecha,
un papel olvidado en un sótano
tétrico, traspapelado
entre millones de papeles.
Y al final, uno, que remedio,
acaba aceptando que es así,
asume el fracaso,
se mira en el espejo y se da risa
(o llora, pero muy bajo),
se dice que la vida..., en fin,
que no hay nada que hacer,
y ni siquiera se queja, para qué.
Uno ya solo quiere llegar
al día siguiente,
sin sobresaltos, poder ver a su
equipo por la tele el sábado,
fumar menos,
dormir bien,
echar de vez en cuando un trago,
cumplir años,
seguir vivo..., sin más.
Karmelo C. Iribarren