Crecí en una época donde los videojuegos eran una mezcla de píxeles simples, gráficos planos y bandas sonoras machaconas, pero de una jugabilidad totalmente adictiva. Al mirar hacia atrás, no puedo evitar preguntarme si los títulos actuales han perdido ese toque que hacía que cada sesión de juego fuera absorbente y placentera.
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