Brasil se convirtió al abrir la década del sesenta en la gran corriente de la cual fluía el fútbol. La de Didí, Vavá, Garrincha o Pelé. Ganaba desde el asombro, llevando el fútbol más allá en cada triunfo. Luego, mucho después, Brasil lo empeñó todo en el ganar y se olvidó de sí mismo en el proceso. Siguió haciéndolo, claro, pero la corriente se secaba y el cauce se resquebrajaba. Ganó sin historia hasta que la historia fue verlo perder, caer desde lo alto de una arrogancia que ya no se sostenía sobre nada.