Recuerdo que parecía perfecto. Una de esas rara avis que te encuentras una vez cada lustro. Caminaba por el lado exterior de la calle sin que te dieras cuenta, tenía manos grandes, conocía mi lista de deseos mejor que Amazon, jamás decía “me aburro”, era buena gente y oye, era guapo. Parecen ingredientes suficientes para cocinar un amor eterno. Pero no.