Es, o al menos lo era la última vez que le vi, digno merecedor del título de borracho tradicional. Su voz aguardentosa, sus andares oscilantes, su aspecto de Gambrinus, sus extraños piropos, sus pases toreros a los coches, y un sinfín de méritos lo acreditaban como tal. Pero a diferencia del bolinga clásico, este era…
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