El susto y drama de sus padres cuando la veían desaparecer hacia lo hondo (bueno, dile desaparecer, dile nadar veinte metros) se tornó en asombro, admiración y gritos de «milagro, milagro » al verla regresar a la orilla sana y salva. Justina Navagorza, de 10 años, se zambulló apenas cinco minutos después de terminar el bocadillo de chorizo del almuerzo y, contra toda intuición popular y axioma científico, no le pasó nada. Los socorristas que acudieron a atenderla cuando volvió —no podían meterse en el agua porque habían estado picando kikos—
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