Las películas de terror no sólo son una fuente inagotable de gritos, sobresaltos y sangre a borbotones, también hay espacio para el amor (o algo parecido). Los monstruos románticos estuvieron en auge a finales del siglo pasado, a menudo envueltos en un halo de tragedia que se adhería a su naturaleza anacrónica, como seres marginales, repudiados y perdidos en una sociedad posmoderna demasiado escéptica para temerlos o recordarlos. El video recoge esos breves momentos de amor que a veces nos brinda el terror, entre muerte y muerte.
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