A nadie le gusta tener que dar una mala noticia. Por ejemplo, quieres acabar con una relación de pareja pero solo de pensar en decírselo a la otra persona te pones de los nervios porque no quieres hacerle daño. Habéis quedado a cenar con ese objetivo pero te pasas el primer cuarto de hora mostrándote amistoso, siendo zalamero y hablando de naderías antes de atreverte a entrar en materia.
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