El último chupito de licor café que yo bebí de un trago a las siete de la tarde me dejó saliendo de un after a las nueve de la mañana al borde de la inconsciencia y agarrado a una mujer a la que le decía que yo tenía una familia y que no debería estar yéndome con ella a ninguna parte. Fue quizás la mayor escena triunfal de mi vida, porque aquella chica resultó ser mi mujer, que se pasó el camino a casa tratando de asimilar que su marido no sólo se disponía a ponerle los cuernos delante de ella, sino con ella misma.
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