París es una de las capitales más bellas del mundo. Al menos del mundo conocido por mi. La ciudad del amor, la ciudad de la luz, la ciudad –por desgracia– de los selfies con un palo me gusta porque destila arte por los cuatro costados, porque siempre tiene una puerta gratuita que picar. Oh là, là! París es un destino que solo un necio se pedería por falta de pareja o efectivo, una urbe con tantas caras como amantes a la que puede seducirse con escueto presupuesto. He aquí la prueba.
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