Acabar sentado en la que parece ser la peor mesa de un restaurante (al fondo, junto a la cocina o el baño, detrás de una columna…) cuando en realidad el local está medio vacío y salta a la vista que hay lugares mucho más agradables para colocar a los comensales. Las explicaciones para este curioso fenómeno que seguro muchos han vivido en primera persona son de lo más variadas. Simple mala suerte o azar; tal vez el resto están reservadas de antes -mentira porque luego nunca llega nadie-; aunque sea la peor alguien se tiene que sentar ahí.
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