Convertido en un icono del humor ácido y corrosivo, Groucho Marx hizo gala de una verborrea inagotable, de la que incluso fueron objeto su familia y amigos. El singular humorista, en cuyo haber se contaban más de veinte películas, programas de radio y televisión, libros y guiones, acabaría convirtiéndose en esclavo de sus palabras, que le granjearon más de un enemigo.
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