Me quedo más tranquilo al saber que seguiremos pagando el Ministerio de Igualdad, porque de lo contrario no sé ya qué sería de las mujeres y las niñas de este país. Hubieran terminado como los dueños de pequeñas y medianas empresas, en el arroyo con los camareros, o peor: comprando objetos de color rosa en Navidad para sus hijas en el caso, rarísimo, de que en ese momento tuvieran todavía dinero para semejante gasto.
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