Normalmente, siguiendo un instinto primitivo, las madres protegen a sus hijos más allá de lo que la lógica y el propio deber dictan. Ya lo hemos visto por encima y volveremos a verlo en el futuro: defienden lo indefendible y sufren crisis nerviosas en cuanto nos llevamos al hijo delincuente. Sin embargo, la historia de hoy es bastante diferente.
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