En España existieron consumidores de opiáceos por vía intravenosa antes de la llegada masiva de heroína. Se debió a que la contracultura lo presentaba como el placer más secreto y oscuro, al que solo accedían los intrépidos que se atrevían a desafiar a la muerte, y porque en las farmacias había opiáceos todavía. La épica y estética del heroinómano fue un reclamo. Cuando entró la sustancia el gobierno no reaccionó, como sí ocurrió en países como Inglaterra, y optó por la vía represiva. Al daño hubo que añadir la transmisión del VIH sin barreras.
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