Su olor es tan fuerte que la biblioteca de la Universidad de Canberra, en Australia, evacuó de urgencia a quinientos cincuenta alumnos en menos de seis minutos porque pensaban que había un escape de gas. Solo después se dieron cuenta de que no era gas: alguien trajo un durián. El olor es indescriptible y solo de lejos puede uno asociarlo a una cebolla podrida potenciada por sabe dios qué reactivo
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