A diferencia del resto de sus películas, donde el acierto era lo primordial, aquí lo eran el acierto y el dinero por igual. Cien años de soledad cuenta una historia hiperbólica y desbordante: por su propia naturaleza, la película sería mejor cuanto mayor fuera su aparato de producción y cuanta más financiación tuviera. Y sabemos bien que aquello, precisamente aquello, era lo único que García Márquez aborrecía acerca del cine.
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La novela es de lo mejor que he leído en mi vida, y me da miedo ver la serie y que me decepcione.