Como cada lunes, aquel empleado de Piaggio embozado-en-un-mono-azul daba salida a los pedidos del listado que le pasaban. Unos iban para España, otros para Francia, Bélgica... y con frecuencia, al final de aquel mazo de papeles, aparecía uno muy especial. Era un envío único a un sitio ignoto y atípico: un domicilio particular de Sao Paulo, concretamente a una hacienda del extrarradio.
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