En el 309 d.C., Constantino reinició, tras una interrupción casi total por un período de dos años, la acuñación de monedas de oro. Para las nuevas piezas se dejó de lado el estándar del áureo de Diocleciano de 1/60 de la libra romana para pasar a uno reducido de 1/72, es decir, un peso teórico de unos 4,54 gr. Para distinguirla de su predecesora, la nueva moneda es designada convencionalmente como sólido, un término contemporáneo que, sin embargo, ya se utilizaba con anterioridad a esta reforma para designar a las piezas de oro.