La mañana transcurría con normalidad en el Juzgado de la Audiencia Nacional cuando un grito alteró la actividad de la veintena de personas que trabaja en ese lugar. El alarido, producto de una sensación entre de entre el susto y el asco, procedía del despacho de una de las magistradas de apoyo del Juzgado. Sobre su mesa, habitualmente llena de papeles e informes, había una cucaracha muerta. El bicho había llegado dentro de un sobre cerrado. Estaba entre las quejas que los presos condenados por la Audiencia Nacional dirigen a ese despacho.
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