Ese potencial surge del hecho de que un océano sano es ruidoso: los peces silban y gruñen, los erizos de mar raspan la comida del lecho marino, los delfines chillan y las langostas tocan sus antenas como violines. A los animales les gusta todo este ruido. Como el bullicio de una gran ciudad, el ruido familiar de un hábitat saludable atrae a jóvenes criaturas que buscan un hogar permanente
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