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Todo lo que aprendí de “La ley del deseo”

No habían pasado ni veinte minutos de película cuando la gente en el cine se volvió loca lanzando vasos y botellas a la pantalla y gritando “¡MARICONES!”. Juro que llegué a asustarme mucho, hundido en la oscuridad de la butaca para que nadie me reconociera. Por suerte, la audacia de la película era tal que puso a aquellos bestias en una tesitura en la que no les quedó más remedio que abandonar la sala, mientras no dejaban de gritar “¡MARICONES!”, para que nadie de los que permanecíamos allí tuviéramos duda de lo que estábamos presenciando.

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