Nunca se supo su nombre, probablemente porque el líder Deng Xiaoping dijo que no, que por sus huevos toreros ese cabrón no pasaría a la Historia. Su cadáver se hallará en alguna cuneta, o ni siquiera eso. Lo único que nos importa de él es que, en situaciones difíciles, en momentos en que tenemos que plantarnos ante algo o alguien más potente que nosotros mismos, nos acordamos de su imagen, de aquella americana doblada como única "defensa", de aquella actitud incluso chulesca. De aquel chino que tenía los cojones como el caballo de Espartero.