Acostumbrarlos a confiar en su sentido común y a pedir explicaciones cuando no lo vean claro es desactivar la carga explosiva de buena parte de la publicidad, de mala parte de las imposturas literarias y, sobre todo, de un tanto por ciento elevadísimo de los discursos políticos. Los poderosos, en el ámbito que sea, se enfundan enseguida el famoso traje del Emperador, ellos andan cómodamente desnudos, pero despertando a la vez y gracias a la verborrea de los sastres que les enhebran sus discursos, la admiración atónita de todo el boqu