Prueba definitiva de la ya imparable hegemonía del cretinismo en nuestro tiempo, el viejo modo analítico y racional de argumentar, tanto en política como en cualquier otro ámbito social, cada día se ve más orillado por el imperio del sentimentalismo. Así, para devenir eficaz, un argumento ya no debe incitar a la reflexión o a la duda cartesiana sino al llanto, cuanto más incontenible mejor. Por algo, no hay negocio político más rentable ahora mismo que el de la victimización. Todo el mundo quiere ser víctima, como sea.