En 1232, mientras el rey de Aragón, Jaime I el Conquistador, preparaba la conquista de Valencia desde tierras turolenses, concretamente desde Alcañiz, cayó enfermo de una rara enfermedad para la que sus médicos no encontraban solución. Probaron todo tipo de brebajes, pócimas y ungüentos, pero nada hacía mejorar al Conquistador. Hasta que una anciana turolense dijo tener la solución: solo necesitaba cabezas de ajo.
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