Le puede pasar a cualquiera. Tan pronto vas caminando por una sala de arte, como tropiezas contra un jarrón valorado en 730.000 euros. O te asomas demasiado a una pintura y, en cuestión de segundos, reduces a añicos la obra de uno de los diez artistas más cotizados del planeta. ¿Qué hacemos? ¿Salimos corriendo? ¿Nos detendrán e hipotecarán de por vida hasta subsanar ese gasto? Más allá del bochorno histórico, en teoría no hay de qué preocuparse.
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