En 1946, Karl Dönitz, que fue großadmiral (almirante supremo) de la Kriegsmarine y presidente de Alemania tras la muerte de Hitler, se sentaba en el banquillo de los acusados de Núremberg para responder de su responsabilidad en el régimen nazi. Entre las cuestiones que debía explicar estaba la orden que prohibía rescatar a los náufragos Aliados. Lo irónico fue que aquel asunto que debía condenarle tuvo un efecto inesperado, demostrando que los submarinos germanos sí solían ayudar a los supervivientes de sus ataques.
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