El lenguaje sirve para comunicarse. Es una obviedad que al mismísimo Perogrullo le habría hecho sonrojarse. Pero también sirve para jugar. No solo para inventar palabras o colocar sufijos y prefijos hasta crear un vocablo nuevo que nos hará sonreír pero que jamás (o quizá sí, quién sabe) entrará en el Reino de los Cielos del Diccionario.
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