Cuando explotó la burbuja inmobiliaria, la sociedad española se encontró con que tenía dos millones de jóvenes menores de 25 años que habían dejado sus estudios para trabajar y que eran inempleables. Se les colgó la etiqueta de 'generación perdida' y se perdió toda esperanza en ellos con el único consuelo de que no volvería a pasar. Una década después, está volviendo a pasar.
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