En el pasado, los cómics eran mucho más que una plataforma para contar historias sobre seres invencibles y mundos paralelos. También funcionaban como un centro gigantesco de publicidad extravagante. Desde submarinos nucleares en miniatura hasta bolígrafos de agentes secretos, pasando por monos marinos que crecían frente a tus ojos y misteriosas estampillas prohibidas de China, básicamente trataban de vender una promesa tras otra a los jóvenes consumidores
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