Muchos conservamos en nuestras memoria los infaustos recuerdos de los últimos enfrentamientos de España contra las selecciones organizadoras de los Mundiales. El golpe más duro que conservamos en la retina es el hostiazo contra Corea en el Mundial de Corea y Japón de 2002. No obstante, hay un precedente más lejano, aunque no por ello menos duro, que muestra a la perfección lo que es enfrentarse a un equipo con una influencia política tan directa que repercutió con claridad en el campo: el Mundial de Italia de 1934.
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