Finalmente, Jiménez Díaz se salvó y vivió muchos años más. Los suficientes para crear la Fundación que lleva su nombre y ver cómo la penicilina dejaba los bajos fondos y llegaba a la práctica clínica. De hecho, fue su caso, quizás el más celebrado por la prensa del momento el que contribuyó de manera decisiva a ayudar a la popularidad del fármaco. Un fármaco que cambió el mundo y que estamos dejando perder.
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