Un frío 23 de noviembre de 1975, un camión Pegaso 3050 tuneado para la ocasión transportaba la carcasa de Francisco Franco desde el Palacio de Oriente a la explanada de Cuelgamuros. ¿Su misión? Entregar el cadáver del dictador a los responsables de su entierro en el Valle de los Caídos. Antes se había barajado darle sepultura en el Pazo de Meirás o en el Palacio del Pardo. Incluso se había librado una especie de mini guerra civil por la elección del lugar de enterramiento. Agortundamente, la sangre no llegó al río gracias al flamante rey.
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