Cuando uno imagina el funcionamiento de una célula yihadista, la sitúa en pisos francos decorados con banderas negras y salmos del Corán, dedicando los días a entrenarse física y mentalmente mientras aprenden el manejo de armas y artefactos explosivos para hacer la yihad. Como uno no se los imagina, desde luego, es vendiendo pechugas de pollo, queso gouda o chocolate.
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