Javier Krahe fue, eminentemente, ese hombre que conquistó un valor por el que el resto nos pasamos la vida luchando: el de hacer siempre lo que le dio la gana. Era ese imaginario suyo del anarquista, el savoir faire del intelecto salvaje, la tarita del inadaptado. Fue siempre un viejo interior lucidísimo, doloroso de tan sardónico, que contemplaba el chiringuito desde fuera, apoyado en la barra del mundo. Con una especie de ojo cósmico. Rítmico. Pagano. Agudo. Libre.
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