Como es sabido, el filósofo francés visitaba con frecuencia a Cristina, la ilustrada reina de Suecia. Para llegar hasta su palacio, ya en territorio sueco, tenía que atravesar un lago, lo que requería los servicios de un barquero. En una ocasión, iniciada la travesía, Descartes escuchó cómo los dos remeros, entre cuchicheos, se ponían de acuerdo para golpearlo, despojarlo de su dinero y arrojarlo al agua. Descartes no iba armado, era extranjero y estaba en inferioridad numérica; sólo podía encomendarse, por tanto, a su capacidad de persuasión..
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