En 1917 el topógrafo británico John Ball hizo un descubrimiento inusual en el desierto líbico, en Egipto. A unos 180 kilómetros al suroeste del Oasis de Dajla encontró dos conos de arenisca aislados que sobresalían de la arena del desierto. Ambas colinas estaban cubiertas de miles de jarras y otras piezas de cerámica, muchas de ellas rotas pero algunas todavía intactas. Las más antiguas tienen tres milenios y medio. Son la versión egipcia de la Colina Testaccio romana, en este caso para crear seguramente un depósito de agua.
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