No hay huevos

Teníamos dieciséis años, y pasábamos el verano en el pueblo. Había alguno de diecisiete, creo recordar. Julián, por ejemplo, que fue el que propuso saltar la tapia del cementerio para hacer botellón allí.

—No hay huevos —nos desafió.

Y todos, incluidas las dos chicas de nuestra pandilla, saltamos.

Elegimos para sentarnos un panteón antiguo. Cecilia Rodríguez Garcés, muerta a los 30 años, casi un siglo atrás. 

Bebimos. Fumamos. Nos reímos con risa floja espiando cada sombra, bajo la atenta mirada del ángel de márrmol que custodiaba el panteón. Y entonces se me ocurrió.

—Dale un beso al ángel, Julián.

Julián se levantó, y le empezó a tocar las tetas al ángel. 

—No, no le metas mano. Dale un beso.

—Venga tío...

—No hay huevos...

Y no. No los hubo. Lo intentamos todos, pero su mirada de piedra nos dijo, de algún modo, que era preferible no hacerlo.