Amargo laurel del tiempo

Abrió la carta envuelta en el sobre de papel caro y temió lo peor. El membrete y la pomposa introducción hicieron innecesario continuar: le habían otorgado El Premio.

La amargura y el abatimiento fueron aplastantes. Había hecho un esfuerzo agotador durante años para que la película mereciera ser recordada. Detalles minúsculos, evocaciones dirigidas al espectador inteligente, sonidos que, imperceptiblemente, vestían de misterio la narración. El arduo guión había sido labrado pretenciosamente como un complicado reloj.

Nada de eso pudo evitar el temido fracaso. Ya nunca sería la película ignorada que con el tiempo se convertiría en una maravilla redescubierta y ensalzada por unanimidad. Ahora era la dádiva concedida a la ligera por una asamblea de figuras mezquinas y pasajeras escondidas tras el soberbio nombre de “La Academia”.

Envidió con rabia a los perdedores.