"Mientras la banda, compuesta por 12 músicos del gueto de Varsovia, tocaba música clásica a un ritmo acelerado, llegaba un nuevo convoy, compuesto mayoritariamente por judíos checoslovacos, casi todos ancianos, mujeres y niños (...) los guardias SS y los ucranianos golpeaban sin piedad a los que bajaban del tren, independientemente de su edad o sexo, obligándolos a desnudarse con temperaturas de menos 20 grados. La escena era dantesca: ancianas, mujeres y niños desnudos, llorando y corriendo desorientados mientras la música no dejaba de sonar.
Satov, el jefe de los kapos, que había perdido esa mañana a su padre, lloraba de angustia mientras restallaba el látigo para aligerar el paso de la cola. En menos de 20 minutos, separaron a los ancianos de las mujeres y los niños. En 40 minutos aproximadamente unos 1000 ancianos fueron gaseados. En los siguientes 40 minutos gasearon a mujeres y niños, la otra mitad del convoy. (...) Para la hora de comer, 3 horas después de la llegada del convoy, los 2000 judíos habían sido desdentados (el comando de dentistas arrancaba las piezas de oro a los adultos), desnudados, rapados (por el comando de peluqueros), gaseados y quemados.
Hassler, jefe del campo 2, entendió ese día algo que aceleró enormemente el trabajo de exterminio del campo (...), y es que no tenía sentido extraer las piezas de oro a los judíos antes de gasearlos (vivos) pues eso, además de enlentecer enormemente la cola de entrada a las cámaras de gas, provocaba forcejeos y gritos espeluznantes que angustiaban aún más a las colas adyacentes, retrasando el ritmo de entrada. A partir de aquel día, el comando de dentistas comenzó a actuar en el campo 2, sobre los cadáveres.
El rabino Mistikevitz, que ejercía de obligado dentista por su fortaleza física, acabó volviéndose loco y no dejaba de repetir: "Dios no existe, Dios no existe", mientras extraía los dientes a los muertos. Miskievitz me hizo recordar aquella inscripción que un soldado ruso encontró tras la liberación de Mathausen, tallada sobre madera en las literas del campo 2 por un judío húngaro: "Si hay Dios, tendrá que pedirme perdón".
Jean Francoise Steiner, "Treblinka"