Los beneficios del capitalista no proceden únicamente de un aumento de la productividad, de una reducción de costes o de un mayor control sobre el trabajo, sino también de la creación de un amplio abanico de trabajadores desempleados disponibles.
En esa tesitura, las bajadas de los tipos de interés se vuelven irrelevantes cuando no hay demanda suficiente para los productos.
En esas circunstancias, el dinero funciona como un material metálico atraído por el imán del gran capital, acumulándose en mayor medida donde ya se encontraban grande acumulaciones.
En un escenario de baja demanda, la reducción de los tipos de interés sólo aumenta el precio de los activos, dejando aún a más gente al margen de la demanda de bienes de alto valor, sólo asequibles para quien cuenta con un capital previo.
Se trata, pues, de una medida que favorece la concentración de capital, el dominio de la economía financiera sobre la economía productiva y el aumento de las desigualdades. Es, además, un impuesto al ahorro, con las consecuencias de todo tipo, incluso medioambientales, que pueden derivarse de esta clase de políticas.
El fin del trabajo. Jeremy Rifkin.