DOMIN: ¡Qué pena! Pero una máquina de trabajar no puede querer tocar el violín, no puede sentirse feliz, no puede hacer cantidad de cosas. Un motor de gasolina no puede tener borlitas ni adornos de ninguna clase, señorita Glory. Y fabricar trabajadores artificiales es como fabricar motores. El proceso ha de ser de lo más sencillo, y el producto de lo mejor desde el punto de vista práctico. ¿Qué tipo de trabajador cree usted que es el mejor desde un punto de vista práctico?
ELENA: ¿El mejor? Quizá el más honrado y más trabajador.
DOMIN: No, el más barato. Aquel cuyas necesidades son mínimas. El joven Rossum inventó un obrero que tiene un mínimo de exigencias. Lo tuvo que simplificar. Rechazó todo aquello que no contribuía directamente al progreso del trabajo. De esta forma rechazó todo aquello que hace al hombre más caro. En realidad lo que hizo fue rechazar al hombre y hacer el robot. Mi querida señorita Glory, los robots no son personas. Mecánicamente son más perfectos que nosotros, tienen una inteligencia enormemente desarrollada, pero no tienen alma. ¿Ha visto usted un robot por dentro?
ELENA: ¡No, por Dios!
DOMIN: Muy pulcro, muy sencillo. Una pieza preciosa. Pocas cosas, todo en orden. El producto de un ingeniero es técnicamente más perfecto que un producto de la naturaleza.
ELENA: Se piensa que el hombre es el producto de la naturaleza.
DOMIN: Pues peor. La naturaleza no tiene la menor idea de ingeniería moderna. ¿Se cree usted que el joven Rossum jugaba a ser la naturaleza?
R.U.R. de Karel Čapek (1920)