La poesía del Electrobardo de Trurl

 —¡Aprieta ahora!

    Clapaucio lo hizo. El Electrobardo tembló desde la base hasta la cumbre y empezó:

Ávido de mocina sucia, pangel panchurroso,

    Traga las mimositas…

    Aquí se interrumpió el poema: Trurl arrancó con rabia un cable, la máquina tuvo un estertor y se quedó muda. Clapaucio reía tanto que tuvo que sentarse en el suelo. Trurl seguía zarandeando los cables y manecillas, de repente hubo un chasquido, una sacudida, y la máquina pronunció en voz pausada y concreta:

Egoísmos, envidias —cosas de bastardo—.

    Lo verá el que quiere con Electrobardo

    Medirse: un enano. Pero, ¡oh, Clapaucio,

    Yo, grandioso poeta, pronto te desahucio!

    —¡Vaya! ¡No me digas! ¡Un epigrama! ¡Muy oportuno! —exclamaba Trurl, girando sobre sí mismo cada vez más abajo, ya que estaba bajando a la carrera por una estrecha escalerita de caracol, hasta que, saltando afuera, casi chocó con su colega, que había cesado de reír, un tanto sorprendido.

    —Es malísimo —dijo enseguida Clapaucio—. Además, ¡no es él, sino tú!

    —Yo, ¿qué?

    —Lo has compuesto tú de antemano. Lo reconozco por el primitivismo, la malicia sin vigor y la pobreza de rimas.

    —¿Eso crees? ¡Muy bien! ¡Pídele otra cosa! ¡Lo que quieras! ¿Por qué no dices nada? ¿Tienes miedo?

    —No tengo ningún miedo. Estoy pensando —contestó Clapaucio, nervioso, esforzándose en encontrar un tema de lo más difícil, ya que suponía, no sin razón, que la discusión acerca de la perfección —o los defectos— del poema compuesto por la máquina sería ardua de zanjar.

    —¡Que haga un poema sobre la ciberótica! —dijo de pronto, sonriendo—. Quiero que tenga máximo seis versículos y que se hable en ellos del amor y de la traición, de la música, de altas esferas, de los desengaños, del incesto, todo en rimas, ¡y que todas las palabras empiecen por la letra C!

    —¿Por qué no pides de paso que incluya también toda la teoría general de la automática infinita? —chilló Trurl, fuera de sí—. ¡No se puede poner condiciones tan creti…!

    La frase quedó sin terminar, porque ya vibraba en la nave el suave barítono:

Ciberotómano Cassio, cruel, cínico,

    Cuando condesa Clara cortaba claveles,

    Clamó: «¡En mi corazón candente cántico

    El cupido te canta a cien centíbeles!»

    Cándida, le creía… Cassio casquivano

    Camela a la cuñada de cogote cano.

    —¿Qué… qué te parece? —Trurl le miraba con los brazos en jarras, pero Clapaucio ya estaba gritando:

    —¡Ahora con la G! Un cuarteto sobre un ser que era al mismo tiempo una máquina pensante e irreflexiva, violenta y cruel, que tenía dieciséis concubinas, alas, cuatro cofres pintados y en cada uno mil monedas de oro con el perfil del emperador Murdebrod, dos palacios, y que llenaba su vida con asesinatos y…

Golestano garboso gastaba gonela…

    …empezó a recitar la máquina, pero Trurl saltó hacia la consola, pulsó el interruptor y, protegiéndolo con su cuerpo, dijo con voz ahogada:

    —¡Se acabaron las bromas tontas! ¡No permitiré que se malogre un gran talento! ¡O encargas poemas decentes, o se levanta la sesión!

    —¿Qué pasa? ¿No son versos decentes?… —quiso discutir Clapaucio.

    —¡No! ¡Son unos rompecabezas, unos trabalenguas! ¡No he construido la máquina para que resolviera crucigramas idiotas! ¡Lo que tú le pides son malabarismos, y no el Gran Arte! Dale un tema serio, aunque sea difícil.

    Clapaucio pensó, pensó mucho, hasta que de pronto frunció el ceño y dijo:

    —De acuerdo. Que hable del amor y de la muerte, pero expresándose en términos de matemáticas superiores, sobre todo los del álgebra de tensores. Puede entrar también la topología superior y el análisis. Que el poema sea fuerte en erótica, incluso atrevido, y que todo pase en las esferas cibernéticas.

    —Estás loco. ¿Sobre el amor en el lenguaje matemático? No, verdaderamente, deberías cuidarte —dijo Trurl, pero se calló enseguida: el Electrobardo se puso a recitar:

Un ciberneta joven potencias extremas

    Estudiaba, y grupos unimodulares

    De Ciberias, en largas tardes estivales,

    Sin vivir del Amor grandes teoremas.

    ¡Huye…! ¡Huye, Laplace que llenas mis días!

    ¡Tus versares, vectores que sorben mis noches!

    ¡A mí, contraimagen! Los dulces reproches

    Oír de mi amante, oh, alma, querías.

    Yo temblores, estigmas, leyes simbólicas

    Mutaré en contactos y rayos hertzianos,

    Todos tan cascadantes, tan archirollanos

    Que serán nuestras vidas libres y únicas.

    ¡Oh, clases transfinitas! ¡Oh, quanta potentes!

    ¡Continuum infinito! ¡Presistema blanco!

    Olvido a Christoffel, a Stokes arranco

    De mi ser. Sólo quiero tus suaves mordientes.

    De escalas plurales abismal esfera,

    ¡Enseña al esclavo de Cuerpos primarios

    Contada en gradientes de soles terciarios

    Oh, Ciberias altiva, bimodal entera!

    Desconoce deleites quien, a esta hora,

    En el espacio de Weyl y en el estudio

    Topológico de Brouwer no ve el preludio

    Al análisis de curvas que Moebius ignora,

    ¡Tú, de los sentimientos caso comitante!

    Cuánto debe amarte, tan sólo lo siente

    Quien con los parámetros alienta su mente

    Y en nanosegundos sufre, delirante.

    Como al punto, base de la holometría,

    Quitan coordenadas asíntotas cero,

    Así al ciberneta, último, postrero

    Soplo de vida quita del amor porfía.

Fragmento del capítulo "Expedición primera A, o el electrobardo de Trurl" de Ciberíada ( 1965)

Stanislaw Lem