Las partículas elementales

La mitad de la década de los setenta estuvo marcada, en Francia, por el éxito escandaloso de El fantasma del paraíso, La naranja mecánica y Los rompepelotas.: tres películas completamente diferentes, cuyo común éxito dejó clara la pertinencia comercial de una cultura «joven», esencialmente basada en el sexo y la violencia, que iba a seguir ganando importancia en el mercado durante las décadas posteriores. Los treintañeros enriquecidos de los años sesenta, por su parte, se vieron perfectamente reflejados en Emmanuelle, que se estrenó en 1974: al proponer cómo entretenerse a base de lugares exóticos y fantasías, la película de Just Jaeckin fue con toda justicia, en el seno de una cultura que seguía siendo profundamente judeocristiana, un manifiesto a favor de la civilización del ocio.

En un sentido más general, el movimiento favorable a la liberación de las costumbres contó con éxitos importantes en 1974. El 20 de marzo se inauguró en París el primer club Vitatop, que tuvo un papel pionero en el ámbito de la forma física y el culto al cuerpo. El 5 de julio se adoptó la ley sobre la mayoría de edad civil a los dieciocho años, el 11 la del divorcio por consentimiento mutuo; el adulterio desapareció del Código Penal. Finalmente, el 28 de noviembre se aprobó la ley Veil que autorizaba el aborto, gracias al apoyo de la izquierda y tras un debate tumultuoso que la mayor parte de los comentaristas calificaron de «histórico». La antropología cristiana, mayoritaria durante mucho tiempo en los países occidentales, concedía una ilimitada importancia a la vida humana, desde la concepción hasta la muerte; esta importancia se relaciona con el hecho de que los cristianos creen que en el interior del cuerpo humano hay un alma, en principio inmortal, y destinada a reunirse finalmente con Dios. En los siglos XIX y XX, gracias a los avances de la biología, se desarrolló poco a poco una antropología materialista, basada en presupuestos radicalmente distintos y de recomendaciones éticas mucho más modestas. Por una parte al feto, pequeño amasijo de células en estado de diferenciación progresiva, no se le atribuía existencia individual autónoma hasta que no reuniese un cierto consenso social (ausencia de taras genéticas que la anularan, acuerdo de los padres). Por otra parte el anciano, amasijo de órganos en estado de continuo desmembramiento, sólo podía valerse de su derecho a sobrevivir a condición de una coordinación suficiente de sus funciones orgánicas: se introdujo el concepto de dignidad humana. Los problemas éticos planteados por las edades extremas de la vida (el aborto y, algunos años más tarde, la eutanasia) constituyeron desde entonces factores de oposición insuperables entre dos visiones del mundo, dos antropologías radicalmente opuestas en el fondo.

Michel Houellebecq, "Las partículas elementales"