Las religiones de Egipto y Babilonia, como otras religiones antiguas, fueron en su principio cultos a la fertilidad. La Tierra era femenina; el Sol, masculino. El toro fue considerado como encarnación de la fertilidad viril, y fueron muy corrientes los dioses-toro. En Babilonia, Istar, la diosa de la Tierra, era la más alta entre las divinidades femeninas.
Por todo el Asia occidental fue venerada la Gran Madre bajo distintos nombres. Cuando los colonizadores griegos de Asia Menor fundaron templos para ella, la llamaron Artemisa y adoptaron el culto existente. Éste es el origen de la Diana de los efesios. El cristianismo la transformó en la Virgen María, y un concilio en Éfeso le dio el título legítimo de Madre de Dios, como el que aplicamos a Nuestra Señora.
Historia de la filosofía occidental. Bertrand Russell