La mirada despierta de Sherlock Holmes me sorprendió en mi tarea, y mi amigo movió la cabeza, sonriéndome, en respuesta a las miradas mías interrogadoras:
–Fuera de los hechos evidentes de que en tiempos estuvo dedicado a trabajos manuales, de que toma rapé, de que es francmasón, de que estuvo en China y de que en estos últimos tiempos ha estado muy atareado en escribir, no puedo sacar nada más en limpio.
El señor Jabez Wilson se irguió en su asiento, puesto el dedo índice sobre el periódico, pero con los ojos en mi compañero.
–Pero, por vida mía, ¿cómo ha podido usted saber todo eso, señor Holmes? ¿Cómo averiguó, por ejemplo, que yo he realizado trabajos manuales? Todo lo que ha dicho es tan verdad como el evangelio, y empecé mi carrera como carpintero de un barco.
–Por sus manos, señor. La derecha es un número mayor de medida que su mano izquierda. Usted trabajó con ella y los músculos de la misma están más desarrollados.
–Bien, pero ¿y lo del rapé y la francmasonería?
–No quiero hacer una ofensa a su inteligencia explicándole de qué manera he descubierto eso, especialmente porque, contrariando bastante las reglas de vuestra orden, usa usted un alfiler de corbata que representa un arco y un compás.
–¡Ah! Se me había pasado eso por alto. Pero ¿y lo de la escritura?
–¿Y qué otra cosa puede significar el que el puño derecho de su manga esté tan lustroso en una anchura de cinco púas, mientras que el izquierdo muestra una superficie lisa cerca del codo, indicando el punto en que lo apoya sobre el pupitre?
–Bien, ¿y lo de China?
–El pez que lleva usted tatuado más arriba de la muñeca sólo ha podido ser dibujado en China. Yo llevo realizado un pequeño estudio acerca de los tatuajes, y he contribuido incluso a la literatura que trata de ese tema. El detalle de colorear las escamas del pez con un leve color sonrosado es completamente característico de China. Si, además de eso, veo colgar de la cadena de su reloj una moneda china, el problema se simplifica aún más. El señor Jabez Wilson se rió con risa torpona, y dijo:
–¡No lo hubiera creído! Al principio me pareció que lo que había hecho usted era una cosa por demás inteligente, pero ahora me doy cuenta de que, después de todo, no tiene ningún mérito.
–Comienzo a creer, Watson –dijo Holmes–, que son un error de parte mía el dar explicaciones, omne ignotum pro magnifico, como no ignora usted, y si yo sigo siendo tan ingenuo, mi pobre celebridad, mucha o poca, va a naufragar.
Arthur Conan Doyle, “La liga de los pelirrojos.“