-Me cago en dios!!- Gritó rotunda, y desagradablemente, el joven economista colocado por papá en Garrigues Walker, cuándo su zapato Salvatore Ferragamo se sumergió en el traidor charco que lo acechaba bajo la portezuela de su BMW blanquísimo, en el aparcamiento al aire libre de El Corte Inglés de Nuevos Ministerios.
Aquél era el predio de don Juan el Palomitas, que se sonrió con dos dientes divorciados antes de acercarse a zancadas cojitrancas hasta donde el joven economista vaciaba de lodo su Ferragamo. El hijo menos listo de papá- cualquiera de los hijos de papá padece natural propensión a ser el menos listo- observó el trote impar de don Juan el Palomitas hacia el BMW mientras, sentado y con la portezuela abierta y escurriendo un calcetín aromatizado por Yves Saint-Laurent personalmente, componía, o lo intentaba, un imposible gesto de risa y susto simultáneos. Y no era para menos.
A doscientos metros, bajo la vomitona gris del cielo en guerra, también la cara de el Tirao ensayaba gramáticas gestuales ensayadas observando el trote rengo de su amigo, que se protegía de la furia de aquel océano vertical con una bolsa de El Corte Inglés dedspatarrada a dos manos sobre la cabeza.
Don Juan el Palomitas detuvo su veloz jota coja frente al BMW del popelín, que borró la risa y dejó solo el susto en sus más que correctas facciones.
-Viva El Corte Inglés!- grito el viejo mendigo sin dejar de sosteneter con ambas manos la bolsa supermercadera sobre su cabeza.
El Tirao, a lo lejos, se rió solo y, al reírse, un litro de lluvia se le ahogó en la boca.
-Se nota que comulga usted del el stablishment y yo vengo a servirle caballero. Permítame que le ayude.
Ante la mirada bellamente atontolinada del gilipollas, don Juan el Palomitas plegó la bolsa de El Corte Inglés como un paracaídas necesitado de mimos, se dejó mojar y se arrodilló frente al joven ejecutivo, mientras arrebataba cortésmente calcetín y Ferragamo a un descontextualizado hijo de papá, a quién don Joaquín Garrigues Walker iba a echar la bronca por llegar tarde tras haber pedido permiso para una compra veloz y rutinaria.
- Déjeme a mi.
- Estese quieto, hombre- Protesto el panoli - Qué quiere??
El Palomitas escurría el calcetín el pijo cubriéndolo de la galerna con su cuerpo y, sin que el trajeadisimo pudiera hacer nada, se lo colocó en el pie con velocidad preservativa de puta pero, también, con dulzura planchadora de madre. Después, con su pañuelo abanderado de mil flemas, lustró y secó el zapato como pudo, y también se lo calzó al nene.
El.Palomitas se irguió con su sonrisa complaciente, una sonrisa donde solo cabían un colmillo izquierdo bajo el labio superior, y un lejanísimo molar derecho sobre el inferior. Una sonrisa que al ponoli no le debió de seducir. Porque cerró la puerta del BMW ante la ruina humana Y arrancó el motor con un gesto de desprecio en su boca inexorablemente odontológica.
Una decisión carísima.
Los niños de papa, cuando no está papá, no saben hacer negocios. El Palomitas arrancó los dos limpiaparabrisas delanteros del BMW con un solo movimiento. Después, para asustar al heredero, golpeó varias veces los cristales con determinación de furriel que despierta a la soldada. El niño se puso nervioso. Bajo el tsunami cenital de la tormenta no podía ver nada sin los limpias, pero intentó salir del parking acelerando el BMW marcha atrás. Destrozó un Polo rojo y un Renault 19 en la primera maniobra. Pero el Palomitas siguió con su aquelarre. El ruido alertó al segura delParking de El Corte Inglés. Cuando lo vio acercarse, el Palomitas inicio una lenta maniobra de retirada, pero siguió gesticulando. El pijo aceleró en dirección contraria y rasgo las almas a un precioso Audi 3 recién metalizado y a una vieja furgoneta blanca de marca irrecordable. El Palomitas se dio por satisfecho con aquel Waterloo y salió brincando hacia el sur de la Castellana. El Tirao lo alcanzó de una carrera.
- Joder, Palomitas. En vaya consumado has metido al mariposa.
- Coño, joder, hostias, Tirao, pero has visto, mierda puta?. La madre que me parió!
- No me hables en verso, Palomo, que me despisto.
La balada de los miserables- Aníbal Malvar