Alegué que los reyes son peligrosos. Entonces los reemplazaremos por gatos, propuso Clarence.
Estaba convencido de que una real familia gatuna podía cumplir las funciones pertinentes: serían tan útiles como cualquier otra familia real, no tendrían menos conocimientos, poseerían las mismas virtudes y serían capaces de las mismas traiciones, tendrían la misma propensión a armar embrollos y tremolinas con otros gatos, resultarían risiblemente vanidosos y absurdos sin jamás darse cuenta de ello, saldrían baratísimos y, por último, ostentarían un derecho divino tan solvente como cualquier otra casa real, de modo que «Misifú VII, o Misifú XI, o Misifú XIV, soberano por la gracia de Dios», les quedaría igual de bien que a cualquiera de esos mininos de dos piernas que moraban en palacio.
-Y por regla general -explicó en su inglés moderno y esmerado-, el carácter de los gatos estaría muy por encima del carácter de un rey-promedio, lo cual sería una enorme ventaja moral para la nación, dado que la nación siempre toma como modelo el comportamiento moral de sus monarcas.
>>Como la veneración de la realeza está fundada en la irracionalidad, estos graciosos e inofensivos gatos podrían fácilmente llegar a ser tan sagrados como cualquier otra realeza, e incluso más, porque se empezaría a observar que no mandaban colgar a nadie, que no ordenaban decapitar a nadie, y que tampoco encarcelaban a sus súbditos ni les hacían sufrir crueldades o injusticias del tipo que fuere, de modo que debían ser merecedores de amor y reverencia más profundos que los reyes humanos habituales, y de hecho así ocurría. Los ojos de toda la doliente humanidad pronto se volcarían sobre un sistema tan humanitario y benigno, y pasado un tiempo comenzarían a desaparecer los carniceros que componen las familias reales, y los súbditos de dichos reinos llenarían los puestos vacantes con gatitos de nuestra propia casa real.
>>Nos convertiríamos así en la fábrica que aprovisionaría los tronos del mundo. Antes de que pasaran cuarenta años, Europa entera sería gobernada por gatos, gatos de nuestra producción. Se iniciaría entonces el reinado de la paz universal, que continuaría por toda la eternidad... ¡Miaaaaauuuuu!. Fffuuusss. Fizfizfiz.
¡Que lo cuelguen! Pensé que estaba hablando en serio, y sus palabras comenzaban a persuadirme, cuando de repente soltó aquel agudo maullido que por poco me hace pegar un salto de la sorpresa.
Un yanki en la corte del Rey Arturo, Mark Twain