Tras la caída de la Unión Soviética, la filósofa francesa Chantal Delsol hizo la más inolvidable analogía del estado en el que se encontraban actualmente los europeos modernos. En su obra Le Souci Contemporain (1996) traducido al inglés como Icarus Fallen (Ícaro caído) indicaba que la condición del hombre de la Europa moderna era la misma condición que habría tenido Ícaro si hubiera sobrevivido a su caída. Nosotros, los europeos, hemos intentado alcanzar el sol, hemos volado demasiado cerca de él y nos hemos precipitado a la tierra. Ciertamente hemos fracasado en el intento; posiblemente nos quedamos aturdidos por el golpe recibido pero, en cierto modo, hemos podido sobrevivir: todavía estamos aquí. A nuestro alrededor están los restos del naufragio —metafórico y real— de todos nuestros sueños, de nuestras religiones, de nuestras ideologías políticas y de mil otras aspiraciones, todas las cuales se mostraron falsas llegado el momento. Y aunque no nos han quedado ni ilusiones ni ambiciones, todavía seguimos aquí. Así pues. ¿Qué debemos hacer?
Existen un buen número de posibilidades. La más obvia es que los Ícaros caídos pudieran entregar exclusivamente su vida al placer. Como afirmaba Delsol, esta postura no es nueva entre aquellos que han perdido a sus dioses. «El gran colapso de los ideales produce con frecuencia una cierta clase de cinismo: si se ha perdido toda esperanza ¡divirtámonos al menos!». Como ella señala, eso es lo que los líderes soviéticos, entre otros, hicieron cuando perdieron la fe en sus ideales utópicos. Cuando vieron que el sistema en el que tenían puesta toda su fe, y al que habían dedicado sus vidas, no solo era impracticable, sino una mentira, una élite perteneciente al Imperio soviético se dedicó, pese a la inimaginable miseria que había por todas partes, a lograr su comodidad personal. No obstante, como también señala Delsol, nuestra situación está incluso más allá de aquella en la que se encontraban los líderes soviéticos que decidieron dedicarse a la buena vida cuando vieron que su dios había fracasado. «Para nosotros no solamente está ahora la imposibilidad de conseguir de nuevo aquellas verdades que nos dijeron que abandonáramos», asegura, «No nos hemos convertido en unos cínicos “absolutos”, pero nos hemos convertido en unos profundos recelosos de todas las verdades[11]». El hecho de que todas nuestras utopías fracasaran de forma tan estrepitosa no solamente destruyó nuestra fe en ellas, destruyó también nuestra fe en cualquier tipo de ideología.
La extraña muerte de Europa. Douglas Murray